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Empecé a leer noticias sobre Tampico. Mientras leía, me sumergí inconcientemente en un baúl, en una especie de zulo al que echaban montones de tierra con cada comentario que leía en la red. "Tampico está que arde", recuerdo que pensé mientras veía con una angustia lejana un par de boletos que acaba de comprar. Ni siquiera había pensado que hoy por hoy, Tamaulipas es un estado que bien podría semejarse a cualquier tierra de nadie de cualquier guerra de cualquier época en el mundo.
La gente muere sin que haya autoridad que tenga la intensión de detenerla. Recordé nuevamente la novela que leo por las mañanas (esto cuando Topo-gigo no regresa para despertarme entre sueños) La catedral del mar. Las primeras páginas son desgarradoras, son crueles sobre todo por la impotencia que genera el relato; impotencia que se refuerza al pensar que realmente así sucedían los hechos que narra y porque aún hoy, siglo XXI, siguen ocurriendo este tipo de calamidades.
Me detuve a pensar que México (y muchas partes del mundo) no ha abandonado su feudalismo. Nunca, ni siquiera después de que la revolución arrebató al "dictador" Díaz las riendas del poder. Los caciques siempre han existido. Antes y en otras latitudes se conocía a esa figura como señor feudal. Hoy, en México, se le puede conocer como cacique o quizás ya exista alguna otra forma de llamarlo. El punto es que siempre ha existido y por lo visto existirá esta figura, lo cual no es consuelo.
Ahora tenía en mi poder un par de boletos hacia Tampico y todo por la sorpresiva visita de ayer. Estaba en el "Chichos" (en otros lugares se le conoce como "Vips") pensando en la vida, en la existencia y muchas cosas más cuando, de pronto llamaron mi atención. El corazón me dio un vuelco al ver a la ex novia que más había querido. La sensación fue aún más extraña, sorpresiva y explosiva porque esperaba a otra ex novia a la cual, si bien no odio, tampoco tengo gratos recuerdos de ella.
Pero no. Ahí estaba ella. Ahí estaba Beyoncé (le llamaremos así porque así es como se llamará) con su juventud, con su eterna sonrisa, con hermosa nariz y con esa voz estruendosa. Mis sentidos se pusieron a bailar y por un momento creo que yo también lo hice (a eso le llaman los que saben "shivers on the spine" yo le llamo tocar el cielo). "Hola", me dijo y se sentó a mi lado. Intercambiamos silencios apetecibles. Me recreé en su figura, en sus ojos expresivos. Conversamos callados. Al final sonrió y me acarició la mano. La mente se me obnubiló y me estalló un no se qué, algo parecido a comer un poco de Creamed Horseradish Mustard, pero mucho más fuerte.
Lo siguiente fue lo de rutina. Salimos a bailar un rico boogaloo y entre las copas que compartimos y la risa que bebimos me invitó a la graduación de una de sus primas. "Son encantadoras, te va a gustar", me dijo. Jamás escuché que era en Tampico y aún así compré los boletos para visitar a las primas. Ahora resulta que los caminos que llevan a aquel estado son propiedad de un grupo de empresarios capaces de cualquier cosa por mantener su margen de ganancias. Mi cuerpo quiere escapar del zulo en el que estoy metido, sólo me resta recordar a Beyoncé y el rico boogaloo. Quizás pueda soñar un poco con una realidad fingida, esperando a que se convierta en realidad.
Foto: Tremendo boogaloo