viernes, 15 de abril de 2011

Soñadores


5

Empecé a leer noticias sobre Tampico. Mientras leía, me sumergí inconcientemente en un baúl, en una especie de zulo al que echaban montones de tierra con cada comentario que leía en la red. "Tampico está que arde", recuerdo que pensé mientras veía con una angustia lejana un par de boletos que acaba de comprar. Ni siquiera había pensado que hoy por hoy, Tamaulipas es un estado que bien podría semejarse a cualquier tierra de nadie de cualquier guerra de cualquier época en el mundo.

La gente muere sin que haya autoridad que tenga la intensión de detenerla. Recordé nuevamente la novela que leo por las mañanas (esto cuando Topo-gigo no regresa para despertarme entre sueños) La catedral del mar. Las primeras páginas son desgarradoras, son crueles sobre todo por la impotencia que genera el relato; impotencia que se refuerza al pensar que realmente así sucedían los hechos que narra y porque aún hoy, siglo XXI, siguen ocurriendo este tipo de calamidades.

Me detuve a pensar que México (y muchas partes del mundo) no ha abandonado su feudalismo. Nunca, ni siquiera después de que la revolución arrebató al "dictador" Díaz las riendas del poder. Los caciques siempre han existido. Antes y en otras latitudes se conocía a esa figura como señor feudal. Hoy, en México, se le puede conocer como cacique o quizás ya exista alguna otra forma de llamarlo. El punto es que siempre ha existido y por lo visto existirá esta figura, lo cual no es consuelo.

Ahora tenía en mi poder un par de boletos hacia Tampico y todo por la sorpresiva visita de ayer. Estaba en el "Chichos" (en otros lugares se le conoce como "Vips") pensando en la vida, en la existencia y muchas cosas más cuando, de pronto llamaron mi atención. El corazón me dio un vuelco al ver a la ex novia que más había querido. La sensación fue aún más extraña, sorpresiva y explosiva porque esperaba a otra ex novia a la cual, si bien no odio, tampoco tengo gratos recuerdos de ella.

Pero no. Ahí estaba ella. Ahí estaba Beyoncé (le llamaremos así porque así es como se llamará) con su juventud, con su eterna sonrisa, con hermosa nariz y con esa voz estruendosa. Mis sentidos se pusieron a bailar y por un momento creo que yo también lo hice (a eso le llaman los que saben "shivers on the spine" yo le llamo tocar el cielo). "Hola", me dijo y se sentó a mi lado. Intercambiamos silencios apetecibles. Me recreé en su figura, en sus ojos expresivos. Conversamos callados. Al final sonrió y me acarició la mano. La mente se me obnubiló y me estalló un no se qué, algo parecido a comer un poco de Creamed Horseradish Mustard, pero mucho más fuerte.

Lo siguiente fue lo de rutina. Salimos a bailar un rico boogaloo y entre las copas que compartimos y la risa que bebimos me invitó a la graduación de una de sus primas. "Son encantadoras, te va a gustar", me dijo. Jamás escuché que era en Tampico y aún así compré los boletos para visitar a las primas. Ahora resulta que los caminos que llevan a aquel estado son propiedad de un grupo de empresarios capaces de cualquier cosa por mantener su margen de ganancias. Mi cuerpo quiere escapar del zulo en el que estoy metido, sólo me resta recordar a Beyoncé y el rico boogaloo. Quizás pueda soñar un poco con una realidad fingida, esperando a que se convierta en realidad.

Foto: Tremendo boogaloo

miércoles, 13 de abril de 2011

Soñando


4

Definitivamente mi cabeza giró en repetidas ocasiones y estoy seguro que de no haber puesto mis manos sobre ella, ésta hubiera salido volando. Fui a un café, acá le llaman "Chichos", aunque me han dicho que en otros lugares se llama "Vips". Ahí la iba a ver, después de casi cinco años, justo ahí, donde había terminado todo, la iba a ver. Sin embargo, en esta ocasión más de una cosa ocupaba mi cabeza.

En primer lugar, ¿había soñado el incidente de Topo-gigo? y tan pronto empezaba a analizar las escenas en mi cabeza, venía sin preguntar la voz de aquella señorita repitiendo una y otra vez "¿cuál es su parentesco? ¿cuál es su parentesco?" ¡Diablos! Realmente me aturdía no saber ni siquiera qué parentesco guardaba conmigo mismo y encima, la llamada de mi ex número "n" me taladraba una y otra vez. ¿Qué querrá?

Me dieron uno de los asientos que están justo en la barra. Es buen lugar, pues no tienes que esperar a que te asignen los tan codiciados gabinetes o alguna mesa más o menos decente. Sin embargo, hay un inconveniente: estás justo en las entrañas del monstruo. Desde ahí puedes observar toda la presión, el gran chef gritando a sus pinches y cocineros (de hecho en ocasiones une sus nombres y les grita "pinches-cocineros" y eso provoca la confusión ¿a quién le habla?), las meseras discutiendo y desquitándose "que si cobraste dos Huevos Primavera", "que si te embolsaste la propina de la mesa dos", "que si están pidiendo pan en la mesa del que siempre grita, pero te estás haciendo la loca" y así, por el estilo. Lo único que no cambia es la sonrisa impertérrita del lavalozas.

Mi pensamiento se fundió con el trajín de meseras y garroteros, con los gritos del gran chef y el tintineo de vasos y platos. La lectura que por la mañanas hago es La Catedral del Mar. En ella se describe perfectamente la situación de la vida laboral en el siglo XIV: los gremios. De pronto, una especie de luz se coló a mis neuronas (pude sentir que muchas de ellas abrían los ojos, forzadas por el pequeño rayo, como quien despierta a un niño que tiene que ir temprano al colegio). Corrigiendo los errores que el sistema de gremios tenía, ¿no sería la mejor forma de procurar el empleo? De alguna forma, pensé, el colegio es una fábrica de desempleados, sobre todo si tomamos en cuenta que hay un extremo de la cadena que no crece al mismo paso que la población.

Si me es permitido, pensé, la gran bondad del gremio es que enseña al hombre desde que es niño a ser especialista y maestro en una rama que encaja perfectamente con la producción. Es decir, si trajéramos este sistema a la actualidad, los niños empezarían a aprender a ser oficiales financieros, aquellos que están encargados de conocer el flujo del dinero dentro de una empresa; o serían oficiales operativos u oficiales en ventas u oficiales en innovación etcétera, pero tendrían que elegir desde un principio alguna profesión u oficio que realmente tuviera cabida en la producción de tal forma que la el tipo de empleado no se creara a partir de la oferta educativa sino de lo que necesita el área productiva.

En otras palabras, hoy por hoy, lo que manda es el mercado en las instituciones educativas, de tal forma que si hay una gran demanda de jóvenes que quieren ser rockstars habrá muchas universidades que les darán la licenciatura de rockstar y cuando lleguen al campo laboral, los empleadores les dirán "qué crees, es muy interesante lo que haces, pero yo necesito albañiles" y ahí lo tienen un desempleado más o bien un empleado que no está satisfecho con su vida. Mi mente giraba en torno a profesionalizar los oficios, a que el chico de la impertérrita sonrisa, si se esforzaba, algún día sería un oficial lavaloza que sería el encargado de guardar los secretos de un buen lavaloza. Justo en ese momento ella llegó.

Mi sorpresa fue mayúscula. Mis pensamientos se desbarataron como cuando Topo-gigo tiraba mi torre de Jenga. Él también corrió a ocultarse entre mis recuerdos. De hecho, hasta la molesta voz de la señorita de la mañana (¿lo soñé también?) se interrumpió como quien jala del cable de la televisión cuando quiere pasar con su charola de comida (a mí me pasa seguido, no sé ustedes). Ahí estaba ella. Mi ex. Pero la sorpresa era buena. No era mi ex número "n". No. Aún mejor, era la ex a la que siempre amé. Aún ahora siento cómo me palpitó el corazón en ese día, y eso que hoy recuesta su cabeza en mi hombro, mientras escribo estas líneas.

lunes, 11 de abril de 2011

¿Soñé?

3

Extraño a mi gato, Topo-gigo. Han pasado cinco días desde que se despidió de mí, a la mitad de la noche. Hoy regresé a la casa por la tarde y llevaba en las manos una bolsa con bolillos y medio kilo de jamón. Llamé instintivamente a Topo-gigo "chitu-chitu". Dejé un poco de jamón en su pequeño platito y después, cuando empecé a comer, recordé que ya no estaba conmigo. Salí al corredor y deposté los restos de jamón en la maceta en donde clandestinamente enterré a Topo-gigo. Regresé al departamento y me preparé para dormir. Estaba consiliando el sueño cuando la inquietud me invadió: ¿había cerrado correctamente la puerta? Sí. No. No sé. Me levanté y fui a echar doble candado. Será mejor dormir con la alarma activada. Finalmente dormí como bebé.

Al día siguiente, los gritos de doña Garota me despertaron. Después, golpes en la puerta (¿a caso no conoce que tengo timbre?). Desesperación. Más gritos y de más personas. Me despabilo. No leo, por obvias razones. Tomo la bata y me doy cuenta que está llena de boronas y pelo de gato (¿Topo-gigo? ¿volviste otra vez?). Mientras me acerco a la sala, los gritos y el bullicio me recuerdan mi primera y única visita a un estadio, que tras recorrer el túnel que te lleva a los asientos, sentía cómo el guirigay aumentaba exponencialmente. Llegué a la puerta. Quité los dos candados. Abrí. La alarma sonó y se encadenó con los sollozos de una niña, el griterío de doña Garota, el regaño de don Mafaldinho y el bullicio de la vieja loca del 2.

Corrí a desactivar la alarma. Doña Garota me seguía escupiendo culpas una y otra vez. "Doña Garota, no entiendo porqué tanto bullicio". Doña Garota volvió a escupir explicaciones adosadas con agresiones verbales. Sonó el teléfono que tomó el lugar de la alarma (creo que esta sinfonía de alguna forma me divertía y me hizo ver que el día pintaría muy diferente al resto). Contesté mientras a doña Garota le salían víboras, sapos y ajolotes de la boca.

"ADL alarmas, ¿se encuentra todo bien?", preguntó la voz de una señortia o muy bien adiestrada o muy llena de sustancias químicas naturales o artificiales, pues contestar de forma tan amable a las 6 de la madrugada sólo responde a cualquiera de estas dos explicaciones. "Todo bien señorita, sólo olvidé desconectar la alarma antes de salir por el periódico". Un sapo de doña Garota se posó unos segundos en mi mano. "Muy bien señor, ¿puede contestarme algunas preguntas?". "Claro que sí, dígame usted". "¿Cuál es el nombre del titular de la cuenta?". "Juan Pablo Lazo". "¿Qué parentezco tiene con el titular?". "Pues soy yo mismo". "Eso lo sé, señor, pero, ¿qué parentezco tiene con el titular?". No supe qué contestar y sólo atiné a balbucear, "soy yo, soy yo". "Muy bien, señor. Enviaremos a alguien para allá".

Dos salamandras de doña Garota se escurrieron entre mis cabellos. Volteé a verla con la mirada fría. La pregunta se repetía en mi cerebro, ¿cuál es tu parentezco contigo mismo? La mente se me congeló por fracciones cuánticas de segundo. Después, la sensación se derritió y salió expedida como un rayo a través de mis ojos. Miré a doña Garota fríamente. Ella se calló. Todos los sapos, víboras, ajolotes y salamandras se escondieron en su boca tan pronto que se agolparon y comenzaron a asfixiarla. "Tranquila, doña Garota, tranquila". Pareció mejorar. La verdad no lo sé. Mis ojos se enfocaron en la maceta del corredor.

Ahí estaban los restos de un par de ratas y la caja de Topo-gigo abierta, con la bolsa de basura y la parafernalia que utilicé para embalsamarlo convertida en rastrojos. Me acerqué a la escena del crimen. La niña sollozaba. Las ratas tenían restos de jamón en las mandíbulas. "Mi gatito", dijo la niña y volvió a lloriquear. "Mi gatito", había dicho la pequeña y comencé a ver pequeñas huellitas que se dirigían a mi departamento. Las seguí y la figura borrosa de Topo-gigo se formó en mis ojos. Ahí estaba, Topo-gigo, caminando y dando vuelta a la derecha, hacia mi habitación.

Corrí. Doña Garota se estaba incorporando. Llegué a mi recámara. Ahí había una pequeña rata, tributo de Topo-gigo, no cabía duda. Llegó doña Garota. "¡Salga de aquí!". No dijo más, sólo se fue. Cerró la puerta, lo escuché. Tomé la rata con las pinzas de mi cajón. Lo inspeccioné lentamente, con cuidado, miré y busqué. Me pareció ver un pequeño pelo de mi gato. Sí, sí, lo he visto, lo he visto, un pequeño pelo de mi gato. Riiing, riiiiiiing. El teléfono. Lo busqué. Iba a contestar. Regresé a ver a la pequeña rata. Ya no había pelo de gato. ¿Lo soñé? ¿Soñé todo? La rata, era un hecho, no era un sueño. Me despavilé. Tiré inconcientemente a la rata, un poco deprimido, quizás. Contesté. No sabía que esta llamada sería el previo de un viaje en una montaña rusa.

Foto: huellas

domingo, 10 de abril de 2011

Soñar... otra vez

2

Como todas las mañanas, me preparé para ir al trabajo. Accioné el motor del automóvil que rechinó como lo hacen mis huesos. A mi edad, mi auto ya me alcanzó en la ancianidad. Recordé, de repente, el sueño fugaz de niños felices interrumpidos por el maullido de Topo-gigo, mi gato. Eran las cuatro de la madrugada y el gato se las ingenió para colarse en las habitaciones interiores del departamento; ahora quería salir.

No le hice caso, pero un nuevo maullido me hizo incorporarme torpemente. No atiné a encender la luz. Busqué con mis ojos ajustándose a la obscuridad. "Chitu-chitu". Nada, no había rastros de Topo-gigo. "Chitu-chitu". Nada. Entré al servicio; busqué en la tina; aproveché y oriné, no en la tina, obviamente, sí en el mingitorio que por la tarde instaló doña Eusebia (olvidé que no estaba conectado a la tubería y aquello fue un desastre); subí las escaleras, las bajé; abrí la puerta que conduce a la sala. Nada. Ni rastro de Topo-gigo.

Volví a dormir. Desperté. Busqué los lentes de aumento. Encendí la lamparita de noche y me puse a leer. Recordé que tenía que ir a trabajar. Entré al cuarto de baño y me encontré con el desastre nocturno. A limpiar. Tardé veinte minutos más. Tarde. Accioné el motor y entonces el recuerdo de Topo-gigo, mi gato. Un sobresalto me hizo bajarme del automóvil rápidamente. Busqué al minino (mi amigo). Ahí estaba, en su gatera, hecho un ovillo. Pasé la mano por su pelaje. Topo-gigo estaba duro. No ronroneó. No abrió sus ojitos para mirarme indiferente y regalarme un largo bostezo antes de volver a dormir.

Lo entendí en ese momento. Topo-gigo se vino a despedir de mí por la noche; me dijo, "deja un poco a tu pueblo feliz, que yo ya me voy". Me hubiera gustado que me ronroneara una vez más. Vete, Topo-gigo, al cielo de los gatitos. Creo que esta idea me ayudó a esquivar con tenacidad los golpes que por la mañana me despiertan de mi sueño feliz, ya lo saben: el smog, los árboles talados, el estrés de la oficina... Gracias, Topo-gigo.

miércoles, 6 de abril de 2011

Soñar

1

Cuando despierto, lo primero que viene a mi mente es que el día debe de ser tan reconfortante como lo fue mi sueño. Me estiro cual gato. Busco las gafas de aumento y trato de leer. Lo consigo por algunos minutos sólo para saber que tengo que bañarme, vestirme, desayunar y salir al trabajo. Lo hago. Entonces, el primer golpe me despeja y me hace ver que el sueño se esfuma poco a poco: el smog.

Camino al trabajo no veo otra cosa más que smog. Autos llenos de una sola persona (¿qué otra cosa podemos hacer?). Camiones viejos apestando el ambiente con humaredas visibles y millones de automovilistas apestándolo también pero con humaredas invisibles. Incluso hasta los ciclistas lo apestan, no me vayan a decir que su vaho y sus flatulencias no contaminan.

Un nuevo mazazo me despabila nuevamente. No estoy soñando. Faltan árboles. Por doquier árboles mal podados sin ramas y sólo con la mitad del tronco servible; ¡mejor córtenlos completos! (mejor no, no me vayan a hacer caso). Por doquier pedazos de banqueta con troncos arrebatados "porque levantó la banqueta y dañó la tubería". Pretextos. Humanos infames.

Finalmente llego al trabajo. Olor a basura quemada. Humo por todas partes. Mal humor de algunos. Estrés innecesario de otros. Algunos chascarrillos vuelven a hacerme pensar que lo del sueño no es tan mala idea. De pronto, y como si el destino quisiera decirme "los sueños se van volando", llegan las seis. Hay que regresar.

Vuelvo a despertar con una mujer u hombre (o bestia que creo puede contener ambos géneros) que piensan que las camionetas son armas blancas y que si los ves con una es lo mismo que si te encañonaran con una AK-47. En fin, hay que darles el paso o te lo arrebatan.

Finalmente llego a casa. Doy de comer un poco de croquetas al gato. Qué envidia. Sólo tienen que dormir, comer y evitar que algún perro o algún automóvil los desgracie. Parece pan comido esa vida. Después, enciendo el viejo radio. Escucho las noticias (terribles, siempre terribles) y prefiero sintonizar alguna estación con Vivaldi o de perdida algo de House ligerísimo. Abrimos una nueva botella de whiskey. Salud. Otra copa. Otra más. Un buen cigarro. Abrir el libro que leímos por la mañana: "Un mundo feliz" de Huxley.

Me sumerjo en un sueño en donde todos son felices sin importar qué. Entonces despierto y pienso que el día puede ser tan reconfortante como lo fue mi sueño...