La madre de Pedro lo instó a seguir pedaleando. Parecía no importar que la frágil lancha construida con cocos y cuerda de ramas secas estuviera a escasos minutos del colapso. ¡Jamás te rindas! ¡Jamás permitas que el miedo te doblegue! ¡Jamás mires tus temores reflejados en el agua! Jamás, jamás...
Pedro seguía pedaleando. Los jadeos de la madre eran más bien estertores anunciando su muerte. ¿Jamás? Madre, jamás. Anda, levantate. Anda, pedalea. Nos falta poco. Sólo algunos metros más. Madre, pedalea. Jamás te rindas, jamás, jamás...
Un barco pesquero pasó por ahí. Descubrió miles de pedazos de cocos y ramas secas. Parecía como si una débil navío hubiera sido devorado por el mar. Pero el hubiera no existe. Ahí estaban, Pedro y su madre, flotando, respirando con dificultad, agarrándose con los hilachos de fuerza a una lancha invisible...
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