jueves, 10 de septiembre de 2009

El último día del imperio: Crisis

¿Ves aquella rata que busca desesperadamente una salida en sus paredes de acrílicos? Mírala bien, sabe que hay algo allá afuera, sabe que ansía estar afuera y que va a estar afuera (algún día, cuando muera, tendré que sacarla y entonces mucho antes de que me percate de su muerte ya será una con Dios). Quizás no sabe que sólo cinco milímetros de un acrílico de segunda la separan de su anhelo, no lo sabe pero lo intuye.

Eso es lo que la propulsa a olisquear cada esquina de su celda cristalina, que repase una y otra vez las infinitas esquinas desesperándola, amansándola, cerrándole toda aspiración, toda esperanza. Cada vez que tiene una idea para escapar, ahí estaré yo para modificar su entorno y volverla loca. "¿Dónde están los cimientos de la gran escalera que construía?" preguntará escandalizada. Y yo la veré volverse loca buscando una nueva forma de escapara y cuando esté por conseguirlo, volveré a desplomar sus intensiones.

¿Quién se cansará primero, yo derrumbando sus ganas sin sentido, o ella reintentando a cada momento recuperar el tiempo perdido, reescribiendo las líneas una y otra vez hasta que finalmente la tragicomedia termine con un final feliz? Ganaría ella, porque está programada para intentarlo una y otra vez... no, ganaría yo, porque estoy programado para bajarla a su realidad de rata blanca.

Mientras pienso esto, ya volvió a tirar el agua de su pequeño botecito y estoy seguro de que piensa que en el momento en que abra la puerta superior para llenar nuevamente su botecito, será el ideal para avalanzarse a la salida. Pobre, si hubiera pensado eso hace siete meses cuando aún era joven, pero ya está vieja y no alcanzará jamás a llegar a la salida antes de que yo se la vuelva a cerrar.

Y entonces, por alguna razón me siento identificado con la pequeña rata. Siempre busco alguna salida, alguna forma de alejarme del destino que me tiene preparado la vida de oficina, la vida que me tracé al escoger estúpidamente (no, nada es estúpido) una profesión cuando los zátrapas que nos atraparon con su red de universidad bonita nunca te avisaron que jamás podrías ver realizados tus sueños porque tendrías que enfrentarte a un sistema preestablecido del que jamás podrás salir victoriosos a menos que te humilles y tiendas el cuello para que te degüelle o te conviertas en el verdugo que arrancará la sangre de los que se humillan. Son dos salsas, y las dos me dan asco.

Ahora quiero alejarme de esos vectores, quiero empezar mi propia senda (caminante se hace camino al andar) pero siempre me topo con las ineptidudes del sistema que están ahí para deshacer los pequeños terrones que construyes para escapar, tal y como yo lo hago con la rata.

Quiero solucionar las necesidades (como los gurús del mercadeo han predicado) que son obviamente las que con más claridad afectan a todos, pero el sistema está diseñado para entrenarlo en la avaricia y la ambición y hacerlos ver que pueden prescindir de eso que yo les ofrezco. Nuevamente, el destino destruye mi puente, tal y como yo lo hago con la rata.

Entonces mi vehemencia sale a flote, no me dejaré hundir, utilizaré al sistema para hacerme libre, no para hacer lo que se me dé la gana, sino para no hacer lo que a otro se le dé la gana, y entretejo la red...

Pero ahora recuerdo que es la misma estrategia de la rata al tirar su botecito de agua y entonces me doy cuenta de que estaré con la historia sin fin de intentar e intentar, hasta que mis huesos se hagan viejos y a mi impetú le salgan callos de tanto mirar las esquinas interminables...

Y entonces me doy cuenta de que nací para conseguirlo y que lo voy a conseguir así tenga que remover uno a uno a todos los engendros que se han apelmazado en el sistema y me impiden seguir adelante con la vida que a todos nos conviene: la de mirarnos el uno al otro y saber que somos todos uno y que el bien del otro es el bien de uno mismo.

Es necesaria una revolución, una revolución del yo, una revolución que termine con las ratas que están contentas con el sistema y que no permitirán que la bondad del ser humano salga a flote porque tienen miedo, miedo de que dejen de ser lo que son, sin darse cuenta de que serían mucho mejores de lo que jamás creerían.

Es momento de cortar cabezas, de que rueden las personas que rigen el mundo, que mueran los egoístas, que mueran los traidores, que muera la gente sin sentido común, que mueran los que piensan que sólo ellos importan, que mueran los ambiciosos, que mueran, que mueran y sus inmundicias se laven con la sangre que emane de sus cavidades, que mueran porque no tienen cavida aquí los que hunden la cabeza del vecino para sacar la suya fuera del agua... que mueran, de eso me encargo yo.

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