Y un buen día dejé de escribir. Así como así el tiempo me consumió, consumió el tiempo que tenía para poder dar vida a las letras que se me ocurrían y así como así tuve que empezar a trabajar en una ardua empresa que espero pronto dé frutos. Pero de todas formas siento que la sangre se me agolpa cada vez que quiero escribir y esas ganas batallan contra el cansancio que me produce tanto ajetreo en el día. Y hoy tengo a bien escribir un ensayo para una clase de tal forma que he pensado en incluirlo aquí para que no se me olvide que existe un blog, que existe una mente y un montón de historias que quieren salir y revolotear en la realidad para volver a anidarse en los pensamientos de quien tenga a bien leer. Después de tan breve introducción, debo agradecer a aquellos que aún recuerdan este polvoroso blog, y se dan sus vueltas de vez en vez. Un saludo y gracias...
Introducción al meollo del asunto
Y un día el cuento de hadas terminó, y los medios masivos de comunicación gritaron ¡Crisis!, y todo el mundo se lo creyó, lo palpó y lo vivió, incluso aquellos que hacía decenas de años vivían en un delirante sube y baja que siempre les prometía la tranquilidad (ya no digamos la riqueza infinita) a un pelo pero que siempre tenían que nadar para llegar a ella, y que se acostumbraron tanto a esa crisis que ahora creen que esta otra Crisis es de respetarse… y lo es.
Y surgió entonces la pregunta que a todos nos tiene en vilo: ¿qué va a pasar? ¿El futuro es halagüeño? ¿En dónde fallaron los publicistas que ya no nos prometen mundos hermosos, paradisíacos y sentimentales? ¿A dónde se fue Spielberg para que nos encante con un cuento? ¿Por qué nos han dejado solos? ¿A dónde vamos? ¿A dónde íbamos? ¿Quién tiene la razón? ¿El Socialismo fracasó, el Capitalismo se avería? ¿Qué va a ocurrir?
Existen voces que han aclamado la caída del capitalismo con gélida felicidad. Son las voces de los viejos, los antiguos que alguna vez fueron seducidos por una tendenciosa visión del comunismo-socialismo que pregonaba igualdad entre todos con base en la muerte de los ricos y el fácil esparcimiento de sus riquezas. Así vivieron, convencidos por voces de sirenas que prometían despojar al rico para repartir las migajas (mientras que el despojador se quedaba con todo). Así vivieron, felices y belicosos, contestatarios para algunos, irreverentes para todos, renegando de lo establecido, irrespetuosos de las tradiciones, vituperando a la Iglesia, porque ella es la madre de todos los vicios, decían, y sus hijos son los burgueses (¡malditos burgueses! ¿Por qué no puedo ser yo el odiado, el despilfarrador, el que lo tiene todo? ¿Por qué no puedo vivir un día en el abismo del placer?).
De pronto, llegó el año de 1988 y la caída estrepitosa del ruso se escuchó lentamente, irrefutablemente, irremediablemente, y los creyentes dejaron de creer, y sintieron un vuelco en el corazón, una lágrima en la sonrisa; de pronto, así como así, todo por lo que habían peleado caía, se desintegraba, se desvanecía. Huérfanos. Marx murió. Muchos huyeron hacia escondites Latinoamericanos en donde un grupo de vivillos tomó la sangre de Carl y la enmoheció con disparates y con populismos. Pero algo bueno había: les daba una nueva razón de ser… y ahí se escondieron muchos, tras las palabras de ratones que sólo buscaban lo que todos los seres de este mundo quieren: sobrevivir, y que llevaron hasta las más terribles consecuencias aquello que nos diferencia del resto: la ambición. Pero otros fanáticos del marxismo simplemente decidieron aceptar la realidad y esperar a que el Mesías regresará después de tres días, tres años, tres siglos, lo que fuera. Esconderse y esperar.
Esperaron cinco, diez, quince, veinte años y finalmente la predicción se hizo realidad, los neoliberales caían ante lo que todos los grandes imperios han caído, la codicia, el cinismo desenfrenado, la ambición desmedida. Los fragmentos de sus sueños encontraron la muerte en sus propios sueños (como las pompas de jabón que crecen y crecen y llegan a un momento en que su fragilidad se hace evidente ante cualquier pedazo de viento que, ajeno a los movimientos de los hombres, sigue el curso natural trazado por Dios hace milenios y entonces la rompe, porque así es la vida, un continuo hacer y deshacer, hacer y deshacer). Los que veinte años atrás levantaban las trompas, tiraban los muros, rociaban las calles con pétalos de rosas y papas de McDonalds, los que se encandilaban con la derrota del oso feroz, y se cubrían con su piel y se emborrachaban con su sangre, los que crearon un mundo a su medida, ahora caían. Y los viejos marxistas fueron felices: el capitalismo ha muerto. “Carl, tenías razón”.
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