Sudor, sudor es lo que se necesita para sobrevivir en esta tierra. Aquí las idioteces de quienes se preocupan por el agua o los amigos se desvanecen en una confusión de horror y temor. Aquí lo único que cuenta es el sudor. El tronco así nos lo refirió. Las ardillas comenzaron su loca carrera hacia lo inevitable y mi cabeza, mordiendo la tierra y rodando como pudo, logró escapar. Así lo hicieron las piernas y los brazos. Pero el tronco no supo qué hacer. Trató de moverse pero no encontró nada para apoyarse. Sólo se movía pero no caminaba. Después de cierto esfuerzo, decidió que sería imposible salir de ahí, y estiro el pecho para que las pequeñas ratas se lo comieran. Pero no lo hicieron.
Pasó un gran rato para que el Tronco se perctara de que aún seguía con vida. Pero, ¿para qué le servía seguir con vida, si estaba seguro de que no volvería a ver la luz del sol? La desesperanza comenzó a taladrar su piel y pronto, hongos se habían instalado, consumiendo al pedazo de ser que lloraba sin lágrimas y gritaba sin llanto. Después de los hongos llegaron las hormigas. Entonces las sospechas del destino que seguiría el Tronco se confirmaban: jamás saldría de ahí. A menos que tu peor enemigo te juegue una treta con la cual la ruleta vuelva a girar y la suerte te vuelva a sonreír.
Eso mismo pasó. Las hormigas se dieron cuenta de que los hongos que habían crecido sobre el Tronco eran los mejores que habían comido jamás, las crías habían crecido tremendamente y la hormiga reina estaba dando y recibiendo con mayor frecuencia que antes. De modo que la hormiga más vieja, más fuerte y que se veía sería la última en morir en toda la colonia, decidió que sería buena idea llevar a todo el tronco a los almacenes de la colonia.
"Pero señor", le decían las otras hormigas, "no podríamos llevar un pedazo tan grande, y de todos modos, aunque lo pudieramos llevar, entonces todos tendríamos que dormir fuera de la colonia". Pero el general les dijo "la vida es un tubérculo, lo bueno está en la raíz". Y eso hacía siempre el viejito, a todos les daba el avión con alguna frase que sonara tremenamente razonable y sorprendente. De modo que millones de hormigas murieron intentanto llevar la colosal fuente de nutrición y cuando quisieron meterla en la colonia, el peso del Tronco destrozó los túneles, las galerías, los recovecos, y otros millones de hormigas perecieron.
Finalmente, el general hormiga estuvo satisfecho. "Ahora sí, amigas hormigas, tenemos comida para rato". Lo cual no era mentira, pues si el único sobreviviente era él, por supuesto que tanta comida iba a durar mucho tiempo. El general se puso de pie y miró desde las alturas del Tronco. Una tremenda sorpresa se llevó cuando se dio cuenta de que sólo había hormigas moribundas, clamando por la cabeza dura del viejo. El anciano se entristeció tanto que de pronto perdió la razón y empezó a saltar y a tratar de lanzar conjuros raros para revivir a la colonia de hormigas. Pero tanto aspaviento, sólo logró hacer que un pajarillo que volaba por ahí, se diera cuenta de que ahí, a través de un minúsculo hoyito en la tierra, había una hormiga.
El ave no había probado bocado por un largo rato, además de que estaba harta de que los ancianos de la plaza le lanzaran pan duro y viejo, como ellos. El pique fue de diez metros que parecieron once, y fue preciso, pues de un golpe, ¡zaz! se comió al último especímen de la legión de las hormigas. El ave estaba hambrienta, de modo que empezó a retirar más y más tierra, porque podía sentir el olor de cientos de hormiguitas. Y poco a poco, empezó a descubrir al Tronco, sin ponerle una pizca de atención, y más bien viéndolo como un estorbo, pues abajo de él había millones de hormigas esperando su entrada al estómago del pajarito.
Horas duró el ave devorando sin parar ni siquiera para respirar, de modo que en muy poco tiempo el pajarillo ya no estaba comiendo, sino vomitando pedazos de hormiguitas. "Empacho", pensó el tronco, recordando la misma senación de saciadez extrema que alguna vez sintiera cuando eramos un solo, único y hermoso cuerpo. Pero la hormona es más fuerte que la indigestión y el pajarillo observó a una hermosa y emplumada pájarilla que revoloteaba por ahí. "De aquí soy", se dijo a sí mismo el pajarillo y empezó a cortejarla.
Primero hizo un vuelvo increíblemente largo y cansado para permanecer en una sola posición. Después aumentó el pecho, lo cuál fue difícil, porque estaba tan gordo que era más fácil verle el abultado abdómen que otra cosa (cualquier cosa). Finalmente hizo que su plumaje, negro y asqueroso, se convirtiera, por arte de algunas lenguetadas bien plantadas y rapidísimas, en un negro brillante y cautivador. Pero la pajarita no le hizo caso. Al contrario, vio el tronco y como también tenía hambre, empezó a comer lo que quedaba de hormigas, que eran demasiadas todavía.
El pajarillo pensó que la había convencido y en eso intentó un lanze peligroso: quiso pisar a la pajarita. El pajarito empezó a moverse con velocidad extrema y la hembra (irónicamente) intentaba pararlo, pues no la dejaba comer a gusto. Finalmente el pajarito se deshuansó y la pajarita quedó satisfecha. "A ver pajarito, ¿tú porqué quieres que tengamos un coito?". El pajarito se puso de mil colores, quizás por la vergüenza o por la exitación, pero no supo qué contestar. "Vamos a hacer una cosa", le dijo la pajarita, "si tú me regalas ese tronco, del cual veo nacen las hormigas, yo te regalo esta estación conmigo". "Ya estás", dijo el pajarito y entre los dos intentaron sacar al Tronco.
Fue muy difícil. De hecho a penas pudieron acarrearlo un par de varas, pues de pronto, el peso les ganó y cayó al suelo, justo junto a una pendiente. El Tronco decidió que era tiempo de salvar el pellejo por su cuenta y quiso trepar la pendiente (él no sabía que eso era una pendiente, por supuesto), y ahí fue donde nos encontramos todos. La moraleja es que lo importante para salir adelante es el sudor y si es el sudor de los demás, mejor.
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