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Desperté y estoy seguro, muy seguro, de que tuve uno de los sueños más increíbles de toda mi vida (Topo-gigo me siguió todo el tiempo, ¿no es suficiente prueba de que soñaba? ¿no es suficiente?) . Y ahí estaba Beyoncé, conmigo, soñando juntos, estoy seguro (seguridad es lo que veo ahora, y eso aleja de mí todas las telarañas de Tampico).
Cerré los ojos (porque de verdad los cerré, estoy seguro). Mis sentidos comenzaron a tejer con el hilo de la realidad mezclado con la utopía y los sueños. No estoy seguro (¿oh pues, no que sí estaba seguro?) en qué momento abrí los ojos y miré alrededor de mi cuarto, cubierto con cuatro paredes, lleno de un viento rico, un sol sonriente y mi Beyoncé. La torre Eiffel se levantaba a lo lejos y la sonrisa de mi chica lo llenaba todo. Incluso podía sobreponerme al olor peculiar de la masa (de las dos masas: la de las crepas y la de la bola de gente que alegre corría lanzando luces al cielo). La luna se posó en la torre mientras los espejos (miles de ellos) de Louis Vuitton colgaban de japonesas con euros en las manos. Calor. Mucho calor. El sena recorriendo los cabellos de Beyoncé mientras el tufo a salami y jamón llenaba todos lo rincones del vagón del metro. Caminamos. Sé que caminamos mucho porque tuve que sentarme y rascar mis pies de pollo espinado, con sus pequeñas uñas (sí, con las pequeñas uñas de Beyoncé). Sed. Mucha sed mientras en Tuileries se levantaba el mástil de piedra que Napoleón nos confió había robado a penas hace un par de días. Mordimos un par de pedazos de pain au chocolat mientras el péndulo de Foucault demostraba inerte que la tierra era redonda. Topo-gigo maulló, quería que lo abrazara y así lo hicimos, rascando sus orejitas con el ocaso a nuestras espaldas y estirando las manos para arrancar las nubes del avión en el que íbamos.
Volteé a mirar por la ventanilla y ahí estaban miles de arbustos marrones. Ya llegamos, nos dijeron y bajamos mientras Topo-gigo, de un brinco se perdía entre miles de escoceses con kilt y gaita en la mano. Beyoncé se recostó en mi hombro cuando el señor canoso nos preguntó "Honeymoon? This way, please." Caminamos y vimos pasar por la ventana del auto miles de casitas todas igualitas en piedra ceniza. A lo lejos, el Arthur's Seat (fugazmente alcancé a ver a Jack conversando con Mathias Malzieu y a una pequeña niña de ojos pispiretos jugando con un pequeño reloj cucú) y el castillo de Edimburgo se incendiaban llenando el hogar de la reina con cenizas. No pude evitar preguntar a William Wallace si estaba de acuerdo con que Mel Gibson hubiera preferido un afeitado perfecto. Walter Scott tuvo a bien defender a Wallace y a Gibson al mismo tiempo:
Yet Clare's sharp questions must I shun
Must separate Constance from the nun
Oh! what a tangled web we weave
When first we practise to deceive!
A Palmer too! No wonder why
I felt rebuked beneath his eye
Must separate Constance from the nun
Oh! what a tangled web we weave
When first we practise to deceive!
A Palmer too! No wonder why
I felt rebuked beneath his eye
Paul salió al encuentro y con un español brasileño nos pidió que no sacaramos las manos del auto aunque la neblina así lo pidera. Pasamos por puentes y por cumbres. Escuchamos espadas chocar; cuerpos caer; jacobinos estallar; un MacDonald cayó muerto a mis pies y su cabeza me contó que Inglaterra no volvería a ganar otra final de fútbol (creo que lloré); una lassie se me acercó y me regaló una bella hamburguesa y Beyoncé cantaba con el monstruo del lago ness una canción gaélica:
O Fhlùir na h-Alba,
cuin a chì sinn
an seòrsa laoich
a sheas gu bàs 'son
am bileag feòir is fraoich,
a sheas an aghaidh
feachd uailleil Iomhair
's a ruaig e dhachaidh
air chaochladh smaoin?
cuin a chì sinn
an seòrsa laoich
a sheas gu bàs 'son
am bileag feòir is fraoich,
a sheas an aghaidh
feachd uailleil Iomhair
's a ruaig e dhachaidh
air chaochladh smaoin?
El barco de Paul se adentró a un castillo maldito en donde un señor, sentado nos miraba perplejo, pensando si todos los turistas serían igual de idiotas. Las placas de los cementerios se llenaron de musgo y el verde de las hojas se llenaron de un color rosa, ¿rosa? ¡sí, rosa! Eran cherry blossoms, muchos, miles, Beyoncé se revolcó como perro en los miles de pétalos que cubrían las colinas. Julie Fowlis nos invitó a pasar a las aulas de la Rossley Chapel en donde la reina Isabel nos esperaba para preguntarnos si estabamos de acuerdo con la boda de los duques. Beyoncé se ruborizó de la rabia y la muina, yo sólo tomé un poco más de english breakfast.
La señorita azafata nos miró de arriba abajo. Paul ya no estaba y sólo había cuatro húngaros viejos en el autobús con alas. Nos preguntó algo. No supe qué. Refunfuñó. Primer golpe. Abrí los ojos. Mi habitación. Cerré los ojos. "Señorita, ¿puede darme agua mineral?", "¿Sí me espera a que termine de servir las demás bebidas? ¿Idiota?" Topo-gigo me miró y me dijo "Creo que Aeroméxico no es como era antes, ahora las azafatas se sienten mal porque están feas y no pueden salir en calendarios". Un olor a smog me llegó. Segundo golpe. Abrí los ojos. Mi habitación. Cerré los ojos. Beyoncé y Topo-Gigo me miraban extrañados, "tenemos que entregar los pasaportes", espetó el gato. "Hagan otra fila, hagamos desorden, al fin ya estamos en México", gritó un hombre panzón y prieto. Tercer golpe. Abrí los ojos. Topo-gigo brincó de mi regazo. Instintivamente lo busqué. Estaba en mi cama y yo buscaba al gato debajo de ella. ¿Y Beyoncé? La busqué en la cama (sobre ella). No estaba. Sonó el teléfono.
"¿Beyoncé?", pregunté.
"Quisieras, chiquito". Esa voz. Ya no soñaba. ¡Topo-gigo! (contestame, contestame). No hubo respuesta del gato. Estaba despierto y del otro lado mi otra ex, mi ex número "n". Quisiera seguir soñando. ¡Quiero soñar!
Foto: Viajar soñando
Celtic Lassie
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