Finalmente creí encontrar el trabajo deseado, después de meses de poner atención a una especialidad que quise desde el principio. Ahora me encuentro en mi primer día comprando y vendiendo acciones, esperando experimentar la adrenalina de Wall Street. Parece que hoy fue un día tranquilo. Tranquilo y aburrido. Y entonces cavilé que lo tranquilo no debe, no tiene por qué ser aburrido. Entonces me di cuenta que todos estos años me vi absorbido por el vórtice del escusado de la vida, ¿quién tiró de la cadena? Sólo Dios sabe, pero ahí vamos todos, empapados por la inmundicia, en la misma dirección, girando como locos, gritando y matándonos por ser los últimos en morir, a pesar de que sabemos que cuando lleguemos a ese túnel pavoroso que a todos nos espera, nada sabremos. Eso es lo que más miedo me da. No saber.
Recordé, al revisar los papeles que me dieron antes de entrar al área bursátil del banco, que siempre había buscado una especie de desahogo. Siempre pensé que era dinero. Siempre pensé que el día en que me viera con un sueldo holgado, ese día sería de los más felices de los mortales. Falso. Hoy me avisaron que ganaría de base XXmil pesos, más comisiones que por lo general son abultadas, más bonos, más prestaciones, más cupones, más, más, más... y entonces después de quitar mi cara de asombro (era más asombro que felicidad) me di cuenta que todo eso que me daban era lo que valía mi tiempo y que ahora tenía la obligación de gastarlo en un sin fin de horas sentado ante un ordenador. Quise compensar el desencanto con las imágenes de estrés interminable que vi en películas y documentales, pero como dije al principio, todo estaba tranquilo y aburrido.
Pero el pequeño lago que se impuso ante nosotros me permitió disfrutar un poco más de mi actividad preferida: observar. Finalmente el descanso de las tres de la tarde llegó. Ahora ya podía disponer nuevamente de mi tiempo. Me acerqué al ventanal enorme que nos divide de la gran torre en donde se dirigen los destinos financieros de millones de personas, de la vida de esas personas a las que ayudamos a ganar más simplemente moviendo dos botones del teclado. Y vi pasar las infinitas series de automóviles que pasaban ante nosotros, rindiendo pleitesía (eso parecía, qué quieren que haga) y uno no podía ver dónde comenzaba la fila ni donde terminaba. Recordé que de niño me despertaba muy temprano para ver al primer automovilista que recorrería las interminables calles. Ya hace mucho tiempo de aquellos años.
¿Qué sería de la vida de todos nosotros si no existieran los automóviles? Y no quiero decir que quiero que dejen de existir. Es maravilloso entrar en el interior de ellos, sobre todo si están tapizados con piel y te cobijan en su lujoso poderío. Es una sensación que no cambiaría. Pero siempre termino preguntándome, mientras camino en mi automóvil, mirando a los demás que se desarrollan en sus propios mundos (tengo la sensación de que en mi pierna a crecido un músculo que me permite maniobrar con habilidad impresionante el embrague), ¿qué sería de nosotros si todos usaran bicicletas? ¿Qué pasaría si en lugar de haber desarrollado los automóviles individuales, se hubieran construido líneas de trenes o carreteras específicas para autobuses, en fin transportes multitudinarios? Creo que el automóvil creció junto a la creencia del yo, de la individualidad, de la libertad... y mientras más libres somos, más solos estamos y más estupideces cometemos.
Claro está que a los poderosos del petróleo les convenía más venderles 20 litros de gasolina a 20 millones de personas que a 2 millones de autobuses que podrían movilizar a esos mismos veinte. Claro. Todo es flujos de efectivo. Todo es negocio y balances perfectos. No tenemos tiempo de mirar si hay errores, mejor no cometerlos. No quisiera que hubiera una revolución, algo que desequilibrara de más la sociedad en la que me desempeño. Es verdad, no coincido con tanta porquería ni con tanta enfermedad de poder (recuerdo fugazmente a Tolkien), pero en el fondo tengo un plan trazado, siento que debo hacer algo y debo hacerlo en el mundo que me tocó vivir. Muchos quieren romper las paredes, romper un mundo dicen. Yo sólo quiero vivir, ver crecer a mis hijos, ver crecer a sus hijos y si se puede morir al lado de la que amo. Pero para eso debo hacer algo, creo que poco a poco lo voy comprendiendo pero la impaciencia a veces me confunde, me obnubila y termina obligándome a cometer estupideces como la de entrar a un empleo formidable.
A veces todos queremos destrozar lo que vemos mal para poner en su lugar lo que vemos bien y no nos damos cuenta que hay otros que ven mal lo que nosotros vemos bien. Creo que en el fondo la técnica del Aikido es la más indicada. Entrar al sistema. Comprender el sistema. Vivir el sistema. Ser el sistema. Y entonces, cuando seamos uno con él, dirigir todo su poder, toda su fuerza, su memento, su inercia hacia los caminos indicados. Chocar contra la gran bola de nieve no tiene más que una consecuencia, sucumbir ante ella, ser absorbida por ella, perecer y vivir por ella. Convertirá nuestros ideales en camisetas y estampas. Un cambio de fondo requiere un cambio desde el interior de cada uno de nosotros.
Creo que al subir a un automóvil adquirimos un poco de ese poder que ostentan los "poderosos" y nos transforma, nos enerva y nos convierte en unos gritones. Y desde el más izquierdista hasta el más derechista se convierten en unos verdaderos animales y es cuando la magia se da y los extremos se tocan en un desfiguro detestable. El Aikido es la respuesta y siento que finalmente tenía que tomar este empleo para figurarlo para sentir la abulia y buscar esta burbuja de descanso, de pensamiento. ¿Cambiar un sistema? ¿Para qué si la gente es la que está mal? Cualquier sistema nuevo que naciera se vería infectada por la codicia, por esa ambición, por ese mal de poder que se ve tan claramente en los automovilistas. Creo que si todos usáramos bicicletas jamás hubiera entendido esto último. Cada vez siento que me acerco a esa voz que se escucha dentro de mi, paciencia, paciencia para entender a esa musiquilla que suena tal que así...